21.8.09

Seis años deambulé sola en la oscuridad del desangrado corazón del puerto. Bares, cigarros, prostitutas, los policías que hacían que la gente se cagara del dolor, la luz neón del baño pestilente, rockolas con canciones de antaño, nada podía mitigar el olor calcinante que la humedad, los recuerdos de luz difusa y el calor de la ciudad y sus tres inframundos tendía sobre mí. Ese tipo de sopor aromático, tan denso que me provocaba náuses. Gracias a mi inminente e inevitable encuentro con Él, pronto caería en la cuenta de que de nada sirve lamentarse, oh sí, hay toda posibilidad de que sea peor. Mucho peor que en las pesadillas de las que uno despierta con sobresalto, sólo para adaptarse a la penumbra, y comprobar que tus más profundos temores aún siguen ahí.