7.4.10

De dónde vengo

Un policía motorizado se acercó lentamente, avanzando justo en el medio de la calle solitaria, se detuvo frente a mí, la máquina aún encendida.
Yo ni siquiera podía encontrar mis rodillas, dejemos de lado responder a la entrevista de rutina, de dónde vienes, a dónde vas, cómo te llamas, en dónde vives.
Lo cierto es que las cuatro en punto de la madrugada no son horas prudentes para que uno se ande durmiendo en el pórtico de la primera puerta que se encontrara después de vomitar las 12 cervezas que tan sólo hace unos tres horas se han ingerido felizmente, como si se estuviera tomando refresco de limón.
Ah, las margaritas tienen un sabor reacio cuando las escupe uno en lugar de orinarlas, como las costumbres ordinarias del cuerpo mandan.
La pregunta de dónde vengo resonó de pronto con bastante lógica, de dónde diablos venía yo, cómo había llegado hasta aquel portal y por qué mierda apretaba con la mano derecha el cuello de una botella vacía de Coca Cola.
Hum, pudo ser peor, pudo ser un tatuaje, el puto policía alzó las cejas, No nada, que ya me acordé a dónde voy, y mejor me apuro, antes que mi madre me reciba a punta de escoba.
Encamine hacia la casa materna, botella en mano, malditos sean los mocasines de tacón alto, la motocicleta siguió hacia su destino, un evento desafortunado en el que otra unidad de seguridad pública, durante el frenesí de una persecusión, hizo caer la motocicleta, al puto policía que le montaba, mientras otra unidad les pasaría por encima a los dos antes mencionados.
Y yo que pensaba que la luna se veía tan hermosa aquella noche.

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